Perspectivas teóricas
Theoretical Perspectives
Autoestima: Actualización y Mantenimiento. Un Modelo Teórico con Aplicaciones en Terapia
Theoretical Perspectives
Self-Esteem: Update and Maintenance. A Theoretical Model with Applications in Therapy
Antonio Duro Martín Práctica Privada, España
Recibido a 16 de Septiembre de 2020, Aceptado a 22 de Septiembre de 2021Resumen
Conceptuando la autoestima como la resultante de la comparación entre dos esquemas de yo: yo modelo y yo percibido (autoconcepto), se propone un modelo de carácter sistémico, integrado y analítico para explicar cómo aquel constructo se actualiza y mantiene en tiempo real. Su estructura teórica incluye elementos de dos tipos: componentes -antecedentes situacionales, representaciones y estados mentales- y procesos cognitivos -deducción, interpretación, atribución. Dentro de su funcionamiento destacan las ocasiones de autoestima -situaciones antecedentes desencadenantes-, el papel que juega el esquema yo modelo como principio para derivar diversos bloques de información, las experiencias finales producidas por la autoestima, y un proceso de retroalimentación negativa para corregir las entradas al sistema. El modelo se fundamenta en resultados de investigación en este campo, y es coherente con otras diversas teorías y constructos psicológicos. Se perfilan sus aplicaciones clínicas en psicopatología y psicoterapia, en especial la posibilidad de desarrollar una terapia propia.
Abstract
By conceptualizing self-esteem as the result of the comparison between two ego schemas: the model-ego and the perceived-ego (self-concept), a systemic, integrated, and analytical model is proposed to explain how that construct is d and maintained in real time. Its theoretical structure s two types of elements: components -situational antecedents, representations and mental states-, and cognitive processes -deduction, interpretation and attribution. Within its operation are the self-esteem occasions -situational triggers-, the role played by the model-ego as a principle from which to draw various blocks of information, the final experiences produced by self-esteem, and a process of negative feedback to correct inputs to the system. The model is based on research results in this field and is consistent with various other psychological theories and constructs. Its clinical applications in psychopathology and psychotherapy are outlined, particularly the possibility of developing one’s own therapy.
Palabras clave
autoestima, baja autoestima, modelo, teoría, terapia, autoconcepto
Keywords
self-esteem, low self-esteem, model, theory, therapy, self-concept
Páginas Artículo e23
DOI https://doi.org/10.5093/cc2021a16
EPUB 1989_9912_cc_12_3_e23epub.epub
Contenido
La relevancia de la autoestima se pone de manifiesto por la cantidad de publicaciones académicas que ha venido generando. Hay más de doce mil referencias para “self-esteem” y más de trescientas cincuenta para la combinación “self-esteem + low”, como términos de búsqueda para el campo “título” en la base datos PsycINFO, a julio de 2020. Cualitativamente, su importancia se revela por la multitud de teorías sobre este constructo (Maxwell y Bachkirova, 2010). Existen, además, recientes metaanálisis que le vinculan con la orientación sexual (Bridge et al., 2019), las relaciones sociales (Harris y Orth, 2020), la identidad de estatus (Ryeng et al., 2013), el tratamiento de pacientes anoréxicos (Kastner et al., 2019) y las diferencias entre hombre y mujer (Zuckerman et al., 2016); y metaanálisis que estudian su desarrollo durante el ciclo vital (Orth et al., 2018) y cambios desde la infancia (Huang, 2010). Por otro lado, la baja autoestima y psicopatología asociada se extiende por toda la población, afectando a niños (Wanders et al., 2008), adolescentes (Taylor y Montgomery, 2007) y adultos (Steiger et al., 2015). Presenta comorbilidad con cuadros de ansiedad (Pyszczynski et al., 2004) y depresión (Steiger et al., 2015), trastornos alimenticios (Chang 2020; Shiina et al., 2005), personalidad (Jacob et al., 2010), y algunas psicosis (Hall y Tarrier, 2003). De ahí la variedad de terapias desarrolladas desde enfoques clínicos clásicos y de última generación. Sin embargo, tal abundancia de investigaciones y terapias adolece de una excesiva fragmentación, dando la impresión de que todas ellas aluden a unos mismos factores subyacentes que, sin embargo, quedan implícitos. Haciéndonos cuestión de este problema, el objeto de este trabajo es proponer un modelo integrado de autoestima, de carácter sistémico y con una descripción de procesos muy analítica -a fin de posibilitar su posterior aplicación clínica-, en donde se expliciten los antecedentes, representaciones y estados mentales constituyentes en su actualización y mantenimiento, fundamentando su estructura teórica en resultados empíricos previos. Antes de exponer el modelo precisaremos su objeto material y estadio de desarrollo. Se trata de un modelo cognitivo-conductual de carácter factual o interpretado para explicar la actualización y mantenimiento de la autoestima; no es un modelo para explicar la autoestima. Se encuentra en una fase preliminar de construcción teórica y, al presente, ofrece una definición general (de carácter más abstracto) de sus componentes y procesos, así como una secuencia de relaciones no arbitrarias entre ellos. Pese a su actual carácter heurístico, el modelo cumple, como se comprobará, con aquellos criterios metodológicos exigibles (Bunge, 2000) en una fase teórica preliminar, a saber: unidad conceptual e interpretabilidad empírica (criterios semánticos); así como consistencia externa, alcance, profundidad y capacidad unificadora (criterios gnoseológicos), haciendo posible por ello su formalización futura en subsiguientes fases de construcción teórica. En su estadio actual, el modelo no define el contenido concreto de sus componentes -antecedentes situacionales, representaciones, estados mentales consecuentes- que adopta como postulados básicos (las premisas en una fase pre-axiomática de construcción teórica) para fijar el objeto de estudio. De hecho, tales contenidos son postulados básicos periféricos porque su cambio o modificación no afectaría al núcleo del modelo (Bunge, 2000). En particular, aunque el modelo reconoce y da por supuesto la existencia de contenidos, dimensiones o factores de autoestima, en principio no se compromete con ninguno de ellos, que tendrían aquí tan sólo un carácter metodológico de primitivas o fundamentos a la base de su cuerpo teórico. Por otro lado, las referencias citadas en el presente estudio se han tomado única y exclusivamente como casos ilustrativos que se han tenido en cuenta en la formación del modelo, muy diversos y a veces con cierta distancia conceptual de conformidad con nuestra intención teórica unificadora. Además, dada la novedad (criterio gnoseológico) de nuestro planteamiento, salvo error, no existen o no hemos hallado antecedentes directos a su estructura. Finalmente, decimos que el modelo es “sistémico” en un doble sentido. Con este término nos referirnos tanto a su estructura conceptual sistemática con validez interna (Bunge, 2000) cuanto a su funcionamiento como sistema, en concreto un sistema con retroalimentación. Téngase presente que este tipo de sistemas cubre diversas funciones de autorregulación en el hombre (von Bertalanffy, 1989). Se define la autoestima como un sistema abierto a las interacciones de la persona con su medio y autorregulado, cuya actualización y mantenimiento tienen como finalidad optimizar el estado mental del interesado. Si el sistema se desestabilizara, caso de baja autoestima, intentará entonces restaurarse modificando sus elementos componentes. Una disfunción en este proceso por una razón u otra ocasionará malestar subjetivo y probable psicopatología. El modelo se atiene a los fundamentos teóricos básicos (Bunge, 2000), siendo su carácter esencialmente cognitivo ya que su estructura conceptual comprende tanto representaciones mentales (Pylyshyn, 1980) como procesos cognitivos (Bourne et al., 1979; Broadbent, 1984; Fodor, 1983; Lachman et al., 1979; Schank, 1984), aunque también incluye conductas de respuesta al ambiente. Su funcionamiento es coherente con las teorías sobre conservación de recursos (Hobfoll, 1989, 2001): autoestima como recurso; de memoria de trabajo (Cowan, 2000): la rumiación autocrítica en la baja autoestima (Kolubinski et al., 2017) que malgasta recursos; de autoeficacia (Bandura, 1986): la incompetencia baja la autoestima; y de aceptación y rechazo interpersonal (Rohner y Carrasco, 2014): la aprobación social refuerza la autoestima; y resulta compatible con el modelo de función ejecutiva autorreguladora (Wells, 2000; Wells y Matthews, 1994, 1996): autoestima como pieza esencial en la autorregulación personal. Su articulación con estos otros constructos en sentido ascendente y descendente refuerza su validez, de conformidad con Bunge (1974). Por lo demás, sus componentes se vinculan con el objeto material de la actual psicología de la mente: esquemas del yo -identidad personal (Metzinger, 2009); estados mentales -autoconsciencia (Noë, 2009); proyecto personal -intencionalidad (Dennett, 1989); y circuito de retroalimentación -causación mental (Varela et al., 2016). Concepto de Autoestima La autoestima se define como el resultado de la previa valoración que hace la persona sobre sí misma, lo cual implica lo siguiente:
Aunque la autoestima corresponda al individuo, sin embargo, su origen y mantenimiento son de naturaleza psicosocial. Se transmite de forma intergeneracional (Steiger et al., 2015), configurándose su desarrollo durante la infancia y adolescencia desde múltiples características del ambiente familiar (Krauss et al., 2019). Johnson (2010) defiende su evolución en dos fases, una autoestima básica, de carácter más afectivo, constituida en primer lugar; y otra autoestima posterior que uno mismo debe ganarse por su actuación. Respecto a las influencias procedentes del ambiente familiar, se ha constatado una relación entre ciertas actuaciones de los padres y el desarrollo psicosocial de los hijos (Fuentes et al., 2015; Gallarin et al., 2021). También, la dimensión familiar del yo podría explicarse desde el impacto parental (Martinez et al., 2021). Siendo fruto de la interacción persona-medio, la autoestima se encaja entre antecedentes y consecuentes, resultando de causas determinadas y produciendo efectos específicos. Su plena inmersión en el seno de una amplia constelación de factores la descubre como parte integrante de un sistema dinámico mayor y más complejo, aludiendo a su forzosa plasticidad. En resumen, sus cualidades esenciales son: (a) forma parte del sistema de interacción persona-medio; (b) se actualiza continuamente al ser contingente con este última, (c) es consecuencia de un previo proceso de comparación, (d) genera efectos particulares, conectados a un proceso de retroalimentación, y (e) su estructura, esto es sus componentes y procesos, constituye un sistema en sí mismo. Por su parte, el yo modelo exhibe igualmente un perfil propio durante la autovaloración: (a) carácter imperativo: modelo ineludible; (b) rigidez: modelo no modelable; (c) contingencia: los beneficios potenciales del modelo no están garantizados, e (d) inmediatez: activa automáticamente el ciclo de procesamiento. Yo Modelo como Proyecto Sin impedimento de influencias ambientales, cabe que una persona adopte deliberadamente un yo modelo como proyecto personal, a modo de compromiso consigo mismo para ser y comportarse de una determinada manera, opción que equipara la mente humana a un mecanismo propositivo, asunto que atañe a la intencionalidad de nuestros actos, cuestión perteneciente ya al ámbito de la filosofía de la mente (Dennett, 1989; Metzinger, 2009) o filosofía general: el proyecto vital de Ortega y Gasset magníficamente resumido por Marías (1941). Siendo así, entre diversas alternativas asequibles de yo modelo, la persona optaría por una de entre todas ellas o se la confeccionaría a medida. Un reciente estudio (Schick et al., 2020) ha puesto de manifiesto que en la autoestima subyace un factor intrapersonal de origen intrínseco. Este yo modelo como proyecto estaría ligado igualmente al cumplimiento de ciertas metas personales jalonadas a lo largo de la vida –estudiar, trabajar, consumir-, revelando una dimensión temporal en la autoestima. Por consecuencia, este tipo de autoestima afloraría al compararse la trayectoria de logros obtenidos por el sujeto con respecto a una trayectoria modelo de metas a conseguir previamente ideada. En esta versión longitudinal tendríamos, pues, autoestima como proximidad entre dos trayectorias, frente a autoestima como coincidencia entre dos perfiles de yo en la versión transversal. Consideraciones sobre el Self El modelo, como hemos anticipado en la Introducción, no asume ningún contenido o dimensionalidad en concreto del yo –nuestros conceptos de yo-modelo y yo-percibido, definidos más abajo, se utilizan exclusivamente como términos de comparación. No obstante, admitimos, resultará conveniente exponer aunque sea ello de forma muy breve algunas consideraciones sobre el yo (self), un constructo complejo y de larga tradición en la literatura. Obviamente, las limitaciones de espacio nos impiden una revisión exhaustiva de este concepto, según haya sido entendido por los diversos enfoques teóricos y, menos aún, de los resultados empíricos existentes sobre su dimensionalidad, funcionalidad diferencial de los factores en diversos contextos, e incluso sobre el carácter transcultural del yo, y otras cuestiones afines. Por un lado, autoconcepto y autoestima son conceptos tan íntimamente relacionados que resultan casi indistinguibles, e incluso se usan de forma indistinta (Pajares y Shuck, 2001; Shavelson y Bolus, 1982). Por otro lado, también existe un amplio debate sobre la dimensionalidad y estructura jerárquica del yo -véase (Baumeister et al., 2003; Chen et al., 2020; Marsh y O’Mara, 2008; Marsh y Shavelson, 1983; Rosenberg 1979) para obtener una amplia visión sobre el asunto. A este último respecto, la estructura teórica de cinco factores -académica, social, emocional, familiar y física- ha venido recibiendo respaldo empírico, incluso en análisis factoriales confirmatorios en diversos países aun con culturas muy distintas (Chen et al., 2020; García et al., 2013; García et al., 2018; Murgui et al., 2012; Tomas y Oliver, 2004). De forma obvia, un enfoque multidimensional del yo permite predicciones más precisas y una mejor explicación de ciertos trastornos mentales y problemas de conducta específicos (Chen et al., 2020; Fuentes et al., 2020; Gallarin et al., 2021; Garcia et al., 2018; Maiz y Balluerka, 2018). El modelo consta de dos clases de elementos: (a) componentes: antecedentes situacionales, representaciones y estados mentales consecuentes, y (b) procesos cognitivos: procesan la información entre componentes (ver Gráficos 1 y 2). Todos ellos son momentos necesarios de cada ciclo de autoestimación. Componentes Figura 1 Antecedentes Situacionales Ocasiones de autoestima. Aquellas situaciones antecedentes, o aspectos concretos suyos o efectos anticipados, en donde se hallase la persona, y que originen una valoración del yo percibido respecto al yo modelo. Cubren un amplio espectro: situaciones sociales o ejecución de tarea actuales, recuerdo de situaciones pasadas, anticipación de futuras situaciones... Caso de elevar demandas, las ocasiones de autoestima incluyen ya cómo haya respondido el sujeto a las mismas –Johnson (2010) ratifica una autoestima basada en la ejecución. Representaciones Cuando definimos a continuación los conceptos de yo modelo y yo percibido nos referimos única y exclusivamente a ellos como momentos o términos que intervienen en el proceso de una comparación entre dos representaciones mentales. Como hemos comentado en la Introducción, sus contenidos concretos se suponen pero no se definen, son los postulados básicos en este trabajo. Yo modelo. Esquema mental que funciona a modo de arquetipo al que equiparar el yo percibido, y que se toma como baremo para valorar a este último. Por definición, será implícito al interesado (Franck et al., 2008), pero quizás pudiera ser explícito si fuera el caso de un proyecto personal o explicitarse durante un proceso de terapia. Su magnetismo descansa en una creencia subyacente en el interesado según la cual asemejarse a este esquema le reportará resultados provechosos; yo modelo no como fin en sí mismo, sino como instrumento: “si soy x, entonces conseguiré y”. En consecuencia, el yo modelo se “cargaría” con actitudes, conductas… estimadas adecuadas para obtener ciertos beneficios: “si soy amable, generoso…, entonces conseguiré aceptación social”. Por consiguiente, de esta representación emergen expectativas sobre cómo deben resolverse las ocasiones de autoestima. Johnson (2010) habla de una autoestima que debe ganarse uno por sus logros (earning). Su contenido se desplegaría como un perfil ideal de cualidades relativas al aspecto personal, competencia social o en ejecución de tareas …, y éxitos personales -académicos, profesionales, sociales-, autocontrol, o autorrespeto en asuntos morales (Clucas, 2020). Hay resultados que así lo atestiguan: la autoestima depende de aquellos principios en los que se base (Pyszczynski et al., 2004); se engrana con motivaciones básicas que impulsan al individuo al logro de objetivos y competencias (Maxwell y Bachkirova, 2010); juega un papel mediacional en la autoeficacia académica (Bandura, 1986; Batool et al., 2017); la competencia personal es su mejor predictor (Soral y Kofta, 2020); y se vincula con el deseo de estatus (Anderson et al., 2015), cuya frustración cursa con baja autoestima (von Soest et al., 2018). Los rasgos de su perfil estarán jerarquizados, subordinándose unos a otros según su significación en términos absolutos o relativos a situaciones presentes. Aunque se presume un único yo modelo en la mente de la persona, no deben descartarse dos posibilidades: (i) que el interesado pueda servirse de diferentes yo modelos alternativos, utilizándolos a conveniencia; y (ii) que por influencia social el yo modelo vigente quede neutralizado o incluso suplantado por otro yo modelo ajeno. Pero aun siendo así, ello no invalidaría el funcionamiento del modelo por cuanto que en cada autovaloración puntual intervendría exclusivamente un yo modelo y sólo uno. Yo percibido. Esquema mental de cómo percibe el interesado su propio yo en un momento o periodo determinados, constituyendo su autoconcepto. En el cuestionario al respecto de Robson (1989) se recogen situaciones o características personales conducentes a una sucesiva autoestimación tal y como tener éxito, autocontrol, personalidad agradable, (no) parecer horrible... En conexión con la versión longitudinal de la autoestima, este esquema incorporaría “extensiones del yo”, expresión referida a los resultados tangibles e intangibles que haya obtenido el sujeto en diversos ámbitos, y cuyo éxito o fracaso se atribuya a sí mismo. Se sabe cómo los factores materialistas influyen en la autoestima (Gupta y Singh, 2019). Recursos autoestima. Representaciones almacenadas en la memoria del interesado con información de cualquier tipo: social, económica …- y de la que pudiera valerse instrumentalmente aquél para corregir la discrepancia sufrida entre su yo modelo y yo percibido. La riqueza de estos recursos dependerá obviamente de la formación que haya recibido la persona, los conocimientos adquiridos y la experiencia acumulada. Estados Mentales Consecuentes Autoestima. Estado mental que recoge la consideración y aprecio que se otorga uno a sí mismo tras haberse comparado sus dos esquemas de yo, variando en tonalidad conforme al grado de coincidencia entre ambos: a mayor coincidencia, autoestima o tono más elevado. Las discrepancias con un ideal cursan con baja autoestima (Renaud y McConnell, 2007); y los ítems para evaluarla desvelan una comparación tácita: “soy capaz de hacer las cosas tan bien cómo la mayoría de las otras personas” (Rosenberg, 1965, p. 306). Ya que la autoestima se subordina a la interacción persona-medio, conviene introducir aquí dos conceptos complementarios: (a) autoestima posible: autoestima máxima factible dadas las condiciones actuales de la persona y su medio, sería la autoestima relativa; y (b) autoestima plena: autoestima alcanzada cuando ocurra una perfecta semejanza entre yo percibido y yo modelo, sería la autoestima absoluta. Esta última eventualidad, constituirá un hecho singular en la vida del sujeto y se almacenará con mayor prominencia en su memoria episódica. Acompasándose con la interacción citada, la autoestima se irá actualizando, máxime cuando acuse menoscabo significativo, y a efectos de restaurar todo el sistema: hay efectos a corto plazo del estrés sobre la autoestima (Palmier-Claus et al., 2011); ella misma adolece de fragilidad (Borton et al., 2012); y la incertidumbre sobre la propia autoestima se vincula con la depresión (Luxton y Wenzlaff, 2005). Experiencias finales. Estados de conciencia que albergarán las consecuencias causadas por la autoestima, estando impregnados del tono emocional correspondiente a cómo haya sido esta última. Decimos “finales” porque cierran un ciclo completo de actualización de la autoestima. Irán oscilando de lo positivo a lo negativo en armonía con los cambios en la autoestima actual, y tendrán efecto retroactivo sobre los esquemas de yo y ocasiones de autoestima. Observación Para incluir la versión longitudinal de la autoestima, los componentes del modelo deben completarse con estos tres nuevos conceptos: (a) Yo modelo de metas: esquema con aquellas metas a conseguir en el tiempo, que el interesado se hubiese marcado para estimarse a sí mismo, (b) Yo percibido de logros: esquema con la trayectoria de sus éxitos y fracasos; y (c) Autoestima por logros: la que se obtenga tras haberse cotejado los esquemas previos. Procesos Un conjunto de procesos cognitivos en serie conecta entre sí los componentes del modelo. Requieren la asistencia de recursos cognitivos y metacognitivos para el tratamiento de la información, y se desencadenan automáticamente una vez dados los antecedentes necesarios. Cumplen los criterios de proceso cognitivo (Rowlands, 2010), y por su categoría son procesos subpersonales -información de salida sólo disponible para el proceso subsiguiente-, excepto cuando anteceden a los estados mentales consecuentes. Hay tres procesos nucleares que originan a su vez procesos derivados, según detalle: (a) deducción y/o recuperación de información desde el yo modelo: genera expectativas sobre cómo deben resolverse las situaciones antecedentes, y conduce a los subprocesos de identificación de situaciones antecedentes, selección e implementación de conductas e interpretación de las ocasiones de autoestima; (b) atribución interna: asigna responsabilidad personal sobre el resultado de la situación, e inicia el subproceso de valoración del yo percibido; y (c) comparación yo percibido-yo modelo: coteja ambos esquemas asignando la autoestima acorde, y lleva a los subprocesos de activación de las experiencias finales desde la autoestima, y retroalimentación desde las experiencias finales. Deducción y/o recuperación Desde un yo modelo suficientemente rico y multiforme se deducen, o se recuperan directamente de su contenido, estos tres bloques de información: (a) clase de situaciones, o patrón de características suyas, potencialmente pertinentes para la autoestima, (b) repertorio de conductas convenientes a desplegar o inhibir en estas situaciones, y (c) conjunto de reglas de interpretación para juzgar si la situación se ha resuelto o no favorablemente a este esquema. Figura 2 Identificación de situaciones antecedentes. Proceso que toma como entradas: (a) situación antecedente: estímulos ambientales o internos, y (b) patrón de características situacionales pertinentes para la autoestima según el yo modelo, considerándose si hay o no ajuste. Su salida consistirá en aceptar o descartar la situación como ocasión de autoestima. Algunas situaciones elevarán demandas de actuación al sujeto, siendo su cumplimiento requisito para una valoración positiva del yo percibido -el yo influencia este proceso (Schäfer y Frings, 2019) y algunos trastornos lo dificultan (Cella et al., 2018). Selección e implementación de conducta. Proceso cuyas entradas son: (a) demandas de actuación que pudiera elevar la situación y (b) conductas disponibles para afrontarla convenientemente según el yo modelo; seleccionándose aquella conducta con mayor probabilidad de éxito, que será justo aquélla que simultáneamente atienda las demandas situacionales y las expectativas de éxito del yo modelo. A partir de representaciones y tras identificar un elemento de cierta categoría, se generan metas a manera de reglas de actuación (Pylyshyn, 1984). Su salida será la implementación de la conducta seleccionada, suceso que ocurrirá únicamente cuando el interesado hubiera percibido las susodichas demandas. Es un proceso crucial para la autoestima que conecta las demandas situacionales con una respuesta escogida conforme al yo modelo. Interpretación de ocasiones de autoestima. Proceso con estas entradas: (a) ocasión de autoestima y (b) criterios del yo modelo para juzgar su resultado; determinándose cómo ha sido el mismo. Su salida será la valoración o devaluación del yo percibido en consonancia con el resultado producido. Aunque indirectamente, aquí se conectan por vez primera los dos esquemas de yo. Atribución interna Proceso que asigna la responsabilidad que el interesado se atribuya a sí mismo sobre el resultado de la ocasión de autoestima, estimándose o desestimándose según haya sido éxito o fracaso. Sus entradas son: (a) interpretación de la ocasión de autoestima y (b) conducta implementada en la situación; siendo su salida la valoración concomitante del yo percibido. Un estilo atribucional negativo junto a baja autoestima se asocia a síntomas depresivos (Southall y Roberts, 2002). En ciclos sucesivos de autoestima, tendría lugar una retroalimentación entre citadas entradas y salida. Figura 3 Valoración del yo percibido Proceso cuyas entradas son: (a) resultado de la ocasión de autoestima en sí misma, su valoración pasiva, y (b) resultado según la atribución interna efectuada, su valoración activa. Ambas valoraciones se agregarán una a otra en signo y valor. Hablamos de valoración “pasiva” o “activa” refiriéndonos a la participación nula o directa del sujeto en la resolución de la situación. Su salida será un yo percibido final, suma del yo percibido inicial más el valor, de signo negativo o positivo, correspondiente al resultado de la reciente ocasión de autoestima. Comparación yo modelo-yo percibido Proceso donde entran: (a) el yo percibido modelo y (b) el yo percibido final, comparándose entre sí; siendo su salida la activación de un estado mental donde se recoja la autoestima concomitante. Se conectan aquí ya directamente los dos esquemas de yo, evaluándose ambos sobre unos mismos parámetros. Activación de autoestima. Se sigue inmediatamente del proceso anterior e inicia este estado mental consecuente, siendo accesible a la conciencia del interesado. Activación de experiencias finales. Proceso cuya entrada y salida son, respectivamente, la autoestima resultante y las consecuencias finales aparejadas. Aquí concluye un ciclo individual de activación y mantenimiento de la autoestima, provocado por cada situación antecedente. Determinados patrones ambientales activan procesos automáticos vinculados a la autoestima (Gawronski y Bodenhausen, 2006). Retroalimentación. Proceso cuyas entradas son: (a) estado de autoconciencia de las experiencias finales, y (b) recursos de autoestima que disponga y pueda movilizar el sujeto para mejorar su autoestimación; y su salida será el mantenimiento o modificación de las entradas al sistema, retroalimentación positiva y negativa respectivamente. La secuencia de procesos propuesta guarda coherencia con el paradigma cognitivo y sus aplicaciones terapéuticas para la depresión (Beck et al., 1979) o para el trastorno explosivo intermitente (Gorenstein et al., 2007); basándose, además, en cuestiones de hecho: el antecedente precede a su interpretación, y los resultados son previos a su atribución. Es previsible que la evaluación y seguimiento de estos procesos se probará muy útil en la terapia con pacientes. Al estar inmersa la autoestima en la dinámica persona-medio, le influyen determinadas situaciones antecedentes, entre otras, y en especial, las relaciones sociales (Pyszczynski et al., 2004); y genera sus particulares consecuencias, siendo, pues, un eslabón intermedio en una cadena causal más extensa. A continuación, examinaremos cómo funciona su actualización y mantenimiento, puntualizando además los componentes del modelo. Ocasiones de Autoestima Representan un conjunto de acontecimientos de una clase dada (Bunge, 1979) e incluyen todos aquellos antecedentes situacionales que desencadenen el proceso de autoestimación. Según se resuelvan, servirá para juzgar si el yo percibido ha satisfecho o no las expectativas del yo modelo (ver Gráfico 3). Se contemplan tres tipos de antecedentes: (a) ocasiones de autoestima externas: cuando el interesado esté percibiendo información ambiental referida a sí mismo o actuaciones suyas: ““recibo muestras de rechazo social”, “he sacado buenas notas”; (b) ocasiones de autoestima interna: estados mentales o sensaciones del interesado, recuerdo o anticipación de resultados en situaciones pasadas o futuras: “me encuentro satisfecho con lo que hice”, “no podré comportarme adecuadamente”; y (c) ocasiones de autoestima complejas: aquéllas donde se combinen aspectos externos e internos: “me ha felicitado mi jefe, y realmente pienso que lo hice bien”. En casos de baja autoestima, los antecedentes más frecuentes conllevan errores, fracaso o rechazo social (Kolubinksi et al., 2016; McManus et al, 2009). Aunque pudiera parecer que existan ocasiones de autoestima espontáneas, sin intervención alguna del sujeto, el modelo presupone que en todas ellas media una cierta participación suya, aunque la misma hubiera ocurrido hace tiempo -participación remota- o estuviera reducida a mera participación pasiva, de simple presencia física: recibir un gesto de aprobación o rechazo por la calle. La participación del sujeto compromete la subsiguiente atribución de responsabilidad por el resultado de la situación, cobrando por ello especial importancia cómo haya sido su actuación. Esta última afronta una doble dificultad: deberá al mismo tiempo (a) satisfacer las demandas situacionales y (b) resolver la situación conforme a las expectativas del yo modelo. Además, la condición siempre cambiante de la interacción persona-medio elevará continuamente nuevas demandas que obligarán al sujeto a dar distintas respuestas para ir acompasando su actuación con las transformaciones situacionales sobrevenidas, so pena de arriesgar su autoestima. Obviamente, a medida que el yo modelo sea más exigente -obtener no sólo aprobación social, sino inclusive granjearse estatus sociométrico (Anderson et al., 2015)-, será imprescindible movilizar más y más recursos personales, y mayor será también el riesgo de incumplir tales expectativas, ya que unos objetivos personales insatisfechos reducen la autoestima (Lindsay y Scott., 2005). Dos observaciones finales: en las ocasiones de autoestima: (a) está ya dado e influye un yo percibido inicial sobre el que repercutirá la autovaloración resultante de la ocasión de autoestima en curso, actualizándose aquél a modo de yo percibido final, y (b) por influencia social puede quedar inhibido el vigente yo modelo del interesado, bloqueándose la adecuada selección de conductas y provocando una actuación improcedente en la situación, propiciándose por ello una devaluación del yo percibido final. Yo Modelo como Principio Aunque el yo modelo eleve exigencias, no incluye en sí mismo la manera de cumplirlas. Se postula, sin embargo, que su estructura de contenido funcione a modo de principio para deducir, o quizás recuperar directamente, información substancial para ejecutar eficientemente los procesos cognitivos que operan en la autoestima. En concreto, este esquema facilitaría información para: (a) identificar aquellas situaciones antecedentes que sean ocasiones de autoestima; (b) seleccionar e implementar o inhibir conductas en la ocasión de autoestima actual; e (c) interpretar el resultado logrado en cada situación, según ciertas reglas. La interacción de las diferentes ocasiones de autoestima con el yo modelo pulsará diversas partes del esquema impulsando sendas secuencias de transformación de la información. Procesos cognitivos tales como el priming (Cowan, 2000) facilitan la activación de esquemas desde ciertos estímulos. Su eficacia en cuanto esquema se cifra en proveer: (a) un conjunto de patrones situacionales pertinentes fijados con claridad, (b) un repertorio amplio y versátil de conductas a implementar en las diversas ocasiones que surjan, y (c) unas consistentes reglas de interpretación de los resultados. Ilustraremos este funcionamiento con un sencillo ejemplo: si “ser persona agradable” figurara en el yo modelo, entonces una situación antecedente de reunión social se identificaría como ocasión de autoestima en compañía de sus demandas, y una actuación que supusiese “conversar animadamente en el grupo” se seleccionaría como opción de conducta adecuada para recibir las simpatías de los asistentes y asegurarse así la autoestima. Experiencias Finales Estas experiencias funcionan como término donde se completa un ciclo aislado de autoestimación -antecedente más secuencia de procesos-, consistiendo en estados de conciencia que recogen las consecuencias últimas de la autoestima. Según sea ésta, se impregnarán de un tono afectivo que oscilará entre un máximo positivo, experiencias óptimas, y un máximo negativo, experiencias pésimas; siendo en algunos casos vivencias verdaderamente intensas. Conforme sea su naturaleza e intensidad, llevarán a un proceso retroactivo de mantenimiento o modificación de los componentes del sistema. En lo positivo, son experiencias de autosatisfacción, autoconfianza, autoaceptación y autocuidado (Jacob et al., 2010), e irán de un bienestar psicológico con sentimientos de alegría o satisfacción a sentimientos de orgullo y autocomplacencia indicativos de una mayor realización o plenitud personal: la autoestima predice sentimientos de estatus e inclusión (Benson y Giacomin, 2020). En su aspecto fenoménico, se manifestarán al interesado como una sensación de despreocupación por haber alcanzado una especie de meta -el yo percibido se volvería “transparente”, en el sentido positivo otorgado a este término por Metzinger (2009) o de coherencia interna entre sus dimensiones cognitiva, emocional y conductual (Duro, 2005). Liberarán recursos cognitivos o facilitarán su acceso para otras tareas o proyectos, ya que aquellas personas con creencias positivas sobre sí mismas se implican más en procesos de resolución de problemas (Roberts et al., 2020); amortiguando las cargas mentales de la ansiedad una autoestima elevada (Pyszczynski et al., 2004). En su polo negativo, se experimentará autodesconfianza, autorechazo, autocrítica …, estados coloreados por sentimientos acordes -tristeza, abatimiento, remordimientos-, que producen incapacidad. La recurrente rumiación autocrítica en la baja autoestima (Kolubinski et al., 2017, 2019; Sowislo y Orth, 2013) malgasta la capacidad limitada de la memoria de trabajo (Cowan, 2000) en un intento estéril de restaurar aquélla –la tristeza causa episodios de cuestionamiento rumiador (Roberts et al., 2020). La baja autoestima inhibe igualmente la capacidad de percepción y acción del sujeto, teniendo presente que la autoestima media el afrontamiento de situaciones (Kurtovic et al., 2018) –una baja autoestima dificulta la percepción de las señales corporales (Cella et al., 2019), y se sigue de complicaciones, tales como el resentimiento que correlaciona negativamente con ella (Murillo y Salazar, 2019) y de trastornos mentales. Constituye un factor de vulnerabilidad para la depresión (Franck et al., 2008; Steinberg et al., 2007), también en lo relativo a los tipos de autoestima (Johnson, 2010), exacerbando los defectos y fracasos personales (Fennell, 2004), y llegando incluso a producir aquel trastorno (Beck et al., 1979). Paralelamente, una preocupación excesiva por la aceptación social, muy frecuente en la baja autoestima, conlleva procesos de vigilancia asociados a la ansiedad (Beck et al., 1985), sin olvidar que la variabilidad de la autoestima, junto a otros factores, genera síntomas paranoides (Palmier-Claus et al., 2011). Retroalimentación Un circuito de retroalimentación será activado por las experiencias finales para mantener o modificar las entradas, ya en subsiguientes ciclos de autoestima. Funcionará a corto plazo ante cada ocasión de autoestima actual, y a medio y largo plazo para un mantenimiento más duradero. Cuando la discrepancia entre los esquemas de yo hubiese superado cierto umbral, la experiencia negativa concomitante actuará como acicate incitando al interesado a reducir aquélla, dado que la disonancia cognoscitiva potencia siempre una motivación correctora (Festinger, 1957); aunque a veces esta corrección se desvirtúe: serían las reglas de vida patológicas (Fennell, 2004). Su efecto retroactivo operará en dos ámbitos: (a) bucle interno: circuito que interconecta las experiencias finales con el yo modelo y el yo percibido para efectuar cambios en estos esquemas, a modo de mecanismo de autorregulación; y (b) bucle externo: circuito que interconecta las experiencias finales con la percepción y actuación en las ocasiones de autoestima con vistas a optimizar estas últimas, a manera de estrategia adaptativa. Obviamente, la eficacia de la retroalimentación dependerá del monto de recursos de autoestima que pueda movilizar el interesado. Ocasiones de autoestima que encierren una influencia social intencionada -consejo, rechazo- o casual -exposición fortuita a modelos de yo más atractivos- actuarán asimismo mediante el bucle interno cambiando los esquemas preexistentes de manera temporal o permanente. Debe distinguirse retroalimentación de influencia: allí se corrige una discrepancia y aquí se modifican directamente esquemas preexistentes: alguien impone un yo modelo, una situación anula el yo modelo vigente. Recuérdese que ambos esquemas de yo muestran permeabilidad a los influjos del medio interno -estados de ánimo, sensaciones propioceptivas- y del medio ambiente externo -ocasiones de autoestima. Recursos de Autoestima Para apaciguar el malestar de las experiencias finales negativas, el interesado necesitará valerse de todos aquellos recursos de autoestima que tenga a su alcance: cognitivos, metacognitivos, sociales, económicos… Una reinterpretación de las situaciones antecedentes o reatribución de su resultado son ejemplos de recursos cognitivos. No puede descartarse que el acceso a estos recursos pueda estar bloqueado por la propia desestimación, toma de decisiones inhibida por falta de confianza en uno mismo. En especial, serán apropiadas aquí por diferentes razones: (a) habilidades sociales tales como mostrar empatía o prestar apoyo social: aquellos con baja autoestima tienden a congraciarse más con terceros (Schmitte et al., 2019); (b) capacidades de autorregulación para ajustar el sistema de autoestima, en línea con el modelo S-REF (Wells y Matthews, 1994); (c) recursos metacognitivos -reorientar la atención, vigilar las situaciones antecedentes (Wells, 2009); e, incluso, para algunos perfiles de yo modelo (d) recursos económicos o de influencia social para alcanzar ciertos puestos profesionales, contratar servicios o adquirir bienes patrimoniales: las intervenciones estéticas mejoran la autoestima (Richard et al., 2018). El modelo con su carácter analítico posibilita explicar aspectos destacados de los trastornos mentales y el funcionamiento de las terapias existentes para la baja autoestima. Desde sus principios de funcionamiento, se postula que esta última emerge de dos diferenciales básicos: (a) entre el yo modelo y el yo percibido, y (b) entre los recursos disponibles y necesarios para recuperar la autoestima. En cualquier caso, el paciente quedaría sumido en un conflicto medios-fines, en cuyo origen y mantenimiento tendrán parte factores externos -ambiente familiar, influencia social- e internos -ambición personal, desviación social. Psicopatología La baja autoestima acompaña a otros trastornos mentales: alimenticios (Chang 2020), de ansiedad, problemas de conducta y personalidad (Jacob et al., 2010; Pérez-Gramaje et al., 2019), ciertas psicosis (Hall y Tarrier, 2003); y, como factor de vulnerabilidad personal (Butler et al., 1994; Franck et al., 2008; Sowislo y Orth, 2013; Steiger et al., 2015) puede suministrar una base sobre la que se cimente la estructura patológica de otros cuadros: una autoestima consistente predice el curso de la terapia para la depresión (Eberl et al., 2018), y su variabilidad induce mejoras en tratamientos de personalidad (Cummings et al., 2012). El modelo cifra su etiología en uno o varios de estos defectos: (a) vicios en la configuración de los esquemas del yo, (b) procesos cognitivos de autoestima sesgados o inhibidos por una u otra causa: una autoestima variable llevaría a externalizar el resultado de los acontecimientos (Palmier-Claus et al., 2011), y (c) falta de una retroalimentación negativa eficaz. Ilustraremos lo anterior con algunos ejemplos, separándolos por componentes y procesos: (a) componentes: un yo percibido negativo quedaría como cristalizado en la mente de la persona debido a situaciones de abuso, acoso, negligencia familiar… (McManus et al., 2009) o estigmatización, cuya internalización daña la autoestima (Jahn et al., 2020), bloqueándose su oportuna actualización por actuaciones exitosas, un cambio terapéutico indispensable (Ellis, 1996); un sobreestimación del yo percibido resultaría igualmente perjudicial: el narcisismo vulnerable correlaciona negativamente con la autoestima (Rohmann et al., 2019); (b) procesos: sesgos al identificar situaciones antecedentes, las personas con baja autoestima tienden a comparaciones sociales ascendentes (Parker et al., 2013); o malinterpretación de expectativas, transformando aspiraciones legítimas en necesidades perturbadora (Ellis y Grieger, 1986); conflicto entre las finalidades de autorregulación y adaptación, a cargo, respectivamente, de los bucles de interno y externo de retroalimentación: la autoestima media el conflicto entre familia y trabajo (Innstrand et al., 2010). Psicoterapia Como adelantamos anteriormente, existen numerosas terapias al uso para la baja autoestima, algunas de reciente implantación como la derivada del enfoque metacognitivo (Kolubinski et al., 2016, 2018, 2019), a saber: terapia cognitivo-conductual individual con adultos (Cummings et al., 2012; Hall y Tarrier, 2003; McManus et al., 2009; Pack y Condren, 2014; Parker et al., 2013; Waite et al., 2012; Whelan et al., , 2007), adolescentes (Taylor y Montgomery, 2007) y niños (Wanders et al., 2008), también en grupo (Beattie y Beattie, 2018) y en coexistencia con otros trastornos (Jacob et al., 2010; (Pack y Condren, 2014; Whelan et al., 2007); terapia conductual dialéctica (Roepke et al., 2011); terapia racional-emotiva, inclusive integrada con otras terapias (Roghanchi et al., 2013); técnica EMDR (Wanders et al., 2008); enfoque mindfulness (Fennell, 2004); técnicas de coaching (Maxwell y Bachkirova, 2010); o inclusive la terapia del rol fijo (Kelly, 1955), originalmente como tratamiento para la personalidad; existiendo, asimismo, estudios comparativos entre diversas terapias (Wanders et al., 2008). El modelo puede contribuir a perfeccionar la aplicación de estas terapias, y sienta las bases para un proyecto terapéutico propio a partir de su estructura y funcionamiento: explicitando el yo modelo, mejorando la detección de ocasiones de autoestima. De cualquier manera, se sostiene que la autoestima se recuperará única y exclusivamente optimizando la relación persona-ambiente de cara a incrementar las ocasiones de autoestima que terminen con buena salida. Entre las aportaciones del modelo propuesto, destacaríamos su carácter integrado -completando en un todo conceptos y resultados hasta ahora dispersos- y analítico, que permite explicar la actualización y mantenimiento de la autoestima en tiempo real; así como su potencial para desarrollar futuras aplicaciones clínicas en psicopatología y psicoterapia; su coherencia con otras teorías y constructos psicológicos; y su origen en resultados en este campo de investigación. Dentro de sus limitaciones, entendemos que todavía falta, entre otras cosas, una adecuada articulación de las versiones transversal y longitudinal de la autoestima, y el dilucidar cómo se articulan los aspectos automáticos y deliberados del yo modelo. A nuestro juicio, en futuros trabajos deberá abordarse: (a) la necesaria formalización del modelo y su contrastación empírica; (b) una exposición amplia y ordenada de un programa de tratamiento para evaluar y ajustar adecuadamente los diversos componentes y procesos cognitivos intervinientes, según hemos visto, en la actualización y mantenimiento de la autoestima; así como (b) un posterior análisis comparativo de su eficiencia clínica respecto de otras terapias actualmente existentes. Para citar este artículo Duro, A. (2021). Autoestima: Actualización y Mantenimiento. Un Modelo Teórico con Aplicaciones en Terapia. Clínica Contemporánea, 12(3), Artículo e23. https://doi.org/10.5093/cc2021a16 |
Correspondencia
Para citar este artículo: Martín, A. D. (2021). Autoestima: Actualización y Mantenimiento. Un Modelo Teórico con Aplicaciones en Terapia. Clínica Contemporánea, 12(3), Artículo e23. https://doi.org/10.5093/cc2021a16
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