Práctica clínica
Clinical Practice
Comorbilidad entre el Trastorno del Espectro Autista y el Trastorno Obsesivo-Compulsivo en Adultos: Análisis de un Caso Clínico con Diagnóstico Tardío
Clinical Practice
Comorbidity between Autism Spectrum Disorder and Obsessive-Compulsive Disorder in Adults: Analysis of a Late-Diagnosed Case Study
Antonia Pilar Pacheco-Unguetti y Miguel Ángel Muñoz Universidad de Granada, España
Recibido a 7 de Febrero de 2025, Aceptado a 7 de Julio de 2025Resumen
La comorbilidad entre el trastorno del espectro autista (TEA) y el trastorno obsesivo compulsivo (TOC) presenta una elevada prevalencia, con una tasa del 10 al 35% según diferentes estudios. Las múltiples manifestaciones clínicas comunes entre ambos trastornos plantean desafíos significativos tanto para el diagnóstico diferencial como para la planificación de intervenciones terapéuticas adecuadas. Se presenta el caso de un joven de 21 años que solicita tratamiento psicológico para un TOC crónico, resistente a tratamiento farmacológico y a diversas intervenciones psicoterapéuticas previas. Durante la evaluación se detecta sintomatología característica del TEA, diagnóstico posteriormente confirmado por otros profesionales. Se analiza el proceso de evaluación, los objetivos terapéuticos y los motivos de la interrupción del tratamiento. Finalmente, se examinan los desafíos de manejar esta comorbilidad y se subraya la necesidad de adaptar las intervenciones, así como de promover la investigación y la sensibilización profesional.
Abstract
Comorbidity between autism spectrum disorder (ASD) and obsessive-compulsive disorder (OCD) has a high prevalence, with rates ranging from 10 to 35% according to different studies. The multiple shared clinical manifestations between both disorders present significant challenges for both differential diagnosis and the planning of appropriate therapeutic interventions. This article presents the case of a 21-year-old man seeking psychological treatment for chronic OCD, resistant to pharmacological treatment and various previous psychotherapeutic interventions. During the evaluation, symptoms characteristic of ASD were detected, a diagnosis later confirmed by other professionals. The evaluation process, therapeutic goals, and reasons for treatment interruption are analyzed. Finally, the challenges of managing this comorbidity are examined, and the need to adapt interventions, as well as to promote research and professional awareness, is emphasized.
Palabras clave
trastorno del espectro autista, trastorno obsesivo-compulsivo, comorbilidad, diagnóstico diferencial, diagnóstico tardío, conductas repetitivas, estudio de caso
Keywords
autism spectrum disorder, obsessive-compulsive disorder, comorbidity, differential diagnosis, late diagnosis, repetitive behaviors, case study
Antonia Pilar Pacheco-Unguetti es doctora internacional en Psicología Experimental y Neurociencias del Comportamiento por la Universidad de Granada. Cuenta con amplia experiencia profesional en los ámbitos clínico y jurídico. Actualmente es profesora del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universidad de Granada, y miembro del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento (CIMCYC) de la misma Universidad. 0000-0003-2614-2499
Miguel Ángel Muñoz es Doctor por la Universidad de Granada. Docente en la Universidad de Granada desde el año 2011, actualmente es Profesor Titular en esta Universidad, compaginando labores docentes y de investigación. Ha participado como investigador colaborador en cinco proyectos de investigación y ha sido investigador principal de cuatro proyectos de investigación. Es actualmente miembro del grupo de investigación de Psicofisiología Humana y de la Salud (HUM-388). 0000-0002-8361-7297
Páginas Artículo e22
DOI https://doi.org/10.5093/cc2025a20
EPUB 1989-9912-cc-16-3-e22.epub
Contenido
La conceptualización del autismo ha evolucionado significativamente desde las primeras descripciones de Kanner (1943) y Asperger (1944), hasta la perspectiva contemporánea que lo concibe como un síndrome de gran complejidad clínica (Rosen et al., 2021). En este sentido, la adopción del concepto de “espectro” resulta fundamental para reconocer la heterogeneidad de sus manifestaciones, la cual tiene su origen en las marcadas diferencias intraindividuales a nivel cognitivo y en las diversas implicaciones multidimensionales que estas conllevan. En la última revisión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5-TR; APA, 2022), el Trastorno del Espectro Autista (TEA) se incluye dentro de los trastornos del neurodesarrollo, y su sintomatología se agrupa en dos categorías principales: 1) déficits en la comunicación e interacción social; y 2) patrones restringidos y repetitivos de conducta, intereses o actividades. Este enfoque del DSM-5-TR supone algunos cambios significativos respecto a clasificaciones anteriores que han generado cierta controversia en el ámbito clínico (Rosen et al., 2021). Principalmente, porque al establecer criterios más específicos y restrictivos podría reducirse la sensibilidad diagnóstica, excluyendo a personas con presentaciones atípicas que no se ajustan al perfil definido en el manual (Romero et al., 2016; Turygin, et al., 2013). Este reto que plantea la aplicación de criterios tan específicos se magnifica en la práctica clínica, donde las presentaciones atípicas suelen solaparse con otras condiciones, dificultando el diagnóstico diferencial (Hus y Segal, 2021; Petrolli y Vicente, 2022). La ausencia de comorbilidad es la excepción en el TEA. Aunque las cifras de prevalencia varían considerablemente entre estudios, se ha señalado que más del 70% de los individuos con diagnóstico de TEA presentan al menos una comorbilidad, incluyendo todo tipo de condiciones médicas (Khachadourian et al., 2023). Si nos centramos exclusivamente en trastornos psiquiátricos, se estima que un 95% de los jóvenes con TEA presentan tres o más trastornos concomitantes (Joshi et al., 2010). Entre estos, los más frecuentes son el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), los trastornos de ansiedad, los trastornos disruptivos, del control de impulsos y de la conducta, el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) y los trastornos depresivos (Barlattani et al., 2023; Lai et al., 2019). La elevada concurrencia de estos trastornos supone un gran obstáculo para la detección, ya que la superposición de síntomas puede enmascarar el cuadro completo, dificultando tanto el diagnóstico diferencial como la planificación de las intervenciones eficaces (Hus y Segal, 2021). Una de las comorbilidades más frecuentes y, a la vez, más complejas desde el punto de vista diagnóstico, es la que existe entre el TEA y el TOC, con una prevalencia que se sitúa entre el 10 y el 35% según el tipo de estudio (Aymerich et al., 2024; Ferrara et al., 2025; Jassi et al., 2023; Martin et al., 2020; Van Steensel et al., 2011; Vannucchi et al., 2013). Aunque en los dos casos se observan conductas repetitivas, la distinción fundamental desde el punto de vista clínico reside en la experiencia interna que las impulsa y la función que cumplen. En el TOC, el estado interno es de ansiedad y angustia provocado por obsesiones egodistónicas, y la compulsión es un acto instrumental para neutralizar ese malestar o prevenir un suceso temido. En el TEA, la motivación suele ser egosintónica y el ritual es un acto buscado activamente para obtener placer, orden o predictibilidad. Esta diferencia funcional también aparece en el contenido: las obsesiones en el TOC suelen girar en torno a temas como la contaminación, la limpieza, el orden o las supersticiones, mientras que los intereses intensos del TEA se centran en dominios cognitivos de interés para la persona (Griffiths et al., 2017; Paula-Pérez, 2013). La dificultad para diferenciar entre trastornos es uno de los muchos factores que contribuyen a los retrasos en el diagnóstico. Este hecho tiene implicaciones significativas, ya que históricamente gran parte de la investigación sobre autismo se ha centrado en los beneficios de la detección e intervención tempranas, dejando en un segundo plano las consecuencias que enfrentan quienes reciben un diagnóstico tardío (Kiehl et al., 2024; Russell et al., 2025). Estos casos se asocian a un largo historial de valoraciones clínicas parciales que conducen a tratamientos ineficaces, una mayor vulnerabilidad psiquiátrica y un profundo desgaste derivado del uso continuado de estrategias de enmascaramiento como mecanismo de adaptación social (de Broize et al., 2022; Lupindo et al., 2023; Nayyar et al., 2025). Aunque las manifestaciones clínicas del TEA aparecen antes de los 3 años, la variabilidad es tal que su identificación temprana resulta sumamente difícil. Comprender y explicar la conexión clave entre obsesiones y compulsiones requiere conocimientos y habilidades que se adquieren por el niño más tarde. Esto, sumado al desarrollo de estrategias compensatorias y al hecho de que los síntomas centrales relacionados con la interacción social suelen volverse más evidentes conforme aumentan las demandas sociales, a menudo dilata el proceso de diagnóstico o impide una correcta identificación en la infancia. Otro factor que también podría estar contribuyendo es la acomodación familiar a los rituales, un fenómeno frecuente que se ha asociado en la literatura a una mayor gravedad del TOC y a peores resultados en el tratamiento (Lebowitz et al., 2012). En la práctica clínica, un diagnóstico dual de TEA y TOC a menudo se traduce en un mayor deterioro funcional y una respuesta menos favorable a las intervenciones, tanto psicoterapéuticas como farmacológicas (Ferrara et al., 2025; Jassi et al., 2023; Parenteau et al., 2021). Esta falta de respuesta obliga a revisar los abordajes convencionales, ya que la dificultad no reside en la “suma” de dos trastornos por separado, sino en su compleja interacción, un aspecto a menudo ignorado en la práctica clínica actual (Petrolini y Vicente, 2022). El presente artículo expone un caso clínico con diagnóstico tardío de TEA y TOC, con el objetivo de ilustrar tanto las dificultades en su identificación como las consecuencias de un abordaje terapéutico no integrado. Caso clínico Identificación del paciente Se presenta el caso de Asier (nombre ficticio), un chico de 21 años de edad, soltero, de nacionalidad española. Reside en el domicilio familiar con sus padres y su hermana de 18 años. En el momento de la consulta, se encuentra cursando el segundo año de un grado universitario. Análisis del motivo de consulta Asier acude a consulta acompañado por su madre, quien asume un papel dominante en la interacción durante toda la sesión. La madre señala que el motivo principal de solicitar tratamiento son las compulsiones de diferente modalidad y naturaleza que realiza su hijo, las cuales enlentecen e interrumpen cualquier actividad por simple que ésta sea. Dichas conductas interfieren significativamente en la dinámica familiar y generan una marcada dependencia de ella para los desplazamientos y las actividades de la vida diaria. Por su parte, Asier manifiesta expresamente su deseo de no cambiar hábitos o estilos de relación, y solicita ayuda exclusivamente para reducir los rituales relacionados con el estudio para mejorar su rendimiento académico. Ambos coinciden en que el tratamiento farmacológico actual para el TOC no está resultando efectivo y sería conveniente combinarlo con otra alternativa terapéutica. Historia del problema De pequeño, Asier no presentó alteraciones en el desarrollo motor ni del lenguaje, pero sí una regresión en el control de esfínteres coincidiendo con el nacimiento de su hermana. En la infancia le diagnosticaron una hipoacusia unilateral que ha derivado en la pérdida total de audición, motivo por el que tiene reconocido un grado de discapacidad del 33% desde hace tres años. En cuanto a su desarrollo social, este ha estado marcado por dificultades persistentes desde la infancia. Asier no recuerda haber tenido amigos, y los intentos de sus padres por integrarlo para jugar en el parque o en deportes de equipo resultaban infructuosos. Según su madre: “Siempre ha sido distinto, como si le diera miedo la gente. Lo hemos apuntado a todo tipo de deportes y actividades, pero él prefiere estar solo con sus libros”. Estas dificultades se manifestaban también en la comunicación no verbal (evitación del contacto visual en las interacciones sociales, disminución de la expresión facial o incongruente con sus emociones), pero la familia siempre encontró en los problemas de audición y en los intereses en temas extremadamente restringidos (lectura, documentales y visitas a museos) el motivo de su tendencia a aislarse. Dicha tendencia lo hizo vulnerable al acoso escolar que sufrió en silencio durante años. Este patrón se mantiene en la actualidad, con un círculo social muy reducido que se limita a su familia y a un “estudiante colaborador” (figura de apoyo asignada por la universidad), con quien ha realizado alguna actividad lúdica puntual. Su enfoque para las interacciones es altamente estructurado y cognitivo, no intuitivo. Como estrategia compensatoria, elabora y repasa listas mentales con temas de conversación o datos de interacciones previas para tener un guion del que partir. Incluso durante viajes familiares, su objetivo principal no es la convivencia, sino visitar los museos de la ciudad a ser posible en solitario. Además, sus conversaciones tienden a girar exclusivamente en torno a sus temas de interés. Asier sitúa el inicio de sus rituales al finalizar 6º de Primaria, cuando cambió de colegio tras sufrir acoso escolar durante dos años. Comenzó haciendo algunos rituales durante el trayecto al nuevo colegio con la finalidad de “tener suerte” y, gradualmente, fue sumando más y ampliándolos a otros entornos. Muchos de esos rituales se han mantenido presentes hasta la actualidad y otros se han ido modificando con el tiempo y entrelazando entre sí. Asier no recuerda periodos de mejoría o libres de compulsiones desde esa época. Actualmente, estima que dedica aproximadamente 8 horas al día a realizar rituales y en todos los contextos sin excepción. Sus obsesiones se centran principalmente en el desempeño académico y social: miedo a suspender y no poder acabar la carrera, y temor a bloquearse en una situación social y que no le den otra oportunidad. Para neutralizar ese tipo de pensamientos recurrentes predominan los rituales de comprobación, orden y supersticiosos. Así, por ejemplo, lee dos veces las tres primeras palabras de cada frase y, en la tercera ocasión, la lee completa para asegurarse de comprenderla. En otros casos, asiente tres veces con la cabeza para memorizar cada frase del material que estudia. En contextos sociales, parpadea cuatro veces antes de responder a una pregunta para garantizar que su aportación será interesante, o repasa mentalmente la lista de los temas de interés que ha elaborado para cada persona antes de iniciar una conversación. Además, cuenta los pasos al caminar por la calle procurando que el tercero coincida con la entrada principal de edificios o tiendas durante los desplazamientos entre su casa y la universidad para “tener suerte”. El historial terapéutico/psiquiátrico de Asier de los últimos cuatro años es extenso, involucra a múltiples profesionales y pone de manifiesto la naturaleza resistente de su cuadro clínico. En el ámbito psicológico, ha recibido tratamiento de forma intermitente en dos centros privados y en una asociación especializada en TOC. Asier refiere haber abandonado esas intervenciones a las pocas sesiones porque el enfoque terapéutico se centraba exclusivamente en la reducción de los rituales, objetivo que le generaba resistencia y malestar. De forma paralela, dos psiquiatras le han prescrito diversos fármacos con el objetivo de reducir la sintomatología obsesivo-compulsiva. La pauta ha incluido sertralina, un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina (ISRS) de primera línea, y clomipramina, un antidepresivo tricíclico. La respuesta clínica a ambos fue escasa y, además, abandonó los tratamientos por iniciativa propia durante los períodos de alta carga académica debido a la intolerancia a los efectos secundarios (p.ej. somnolencia, fatiga) que le impedían estudiar. En el momento de solicitar asistencia psicológica se encontraba en tratamiento farmacológico con fluoxetina, otro ISRS de primera línea prescrito en un nuevo intento por controlar los síntomas, aunque el último informe de su psiquiatra advierte de un pronóstico desfavorable. Selección y aplicación de las técnicas de evaluación y resultados obtenidos Procedimiento de evaluación Tras realizar una primera entrevista con Asier y su madre, la primera autora de este trabajo (APP-U) procedió a iniciar la fase de evaluación psicológica. Esta incluyó:
A raíz de estas primeras actuaciones y de la sospecha clínica de un posible TEA, se procedió a una segunda fase de evaluación más específica. Esta se desarrolló en dos vías paralelas. Por un lado, se derivó a Asier a un neuropsicólogo para una valoración externa. El informe de este profesional confirmó el diagnóstico de TEA basándose en una completa evaluación que incluyó varias entrevistas, la cuantificación de rasgos autistas mediante una escala de cribado y una batería de pruebas para explorar dominios clave como las funciones ejecutivas y la cognición social (teoría de la mente y procesamiento emocional). Por otro lado, se amplió la evaluación psicológica propia con las siguientes acciones:
En total, el proceso de evaluación completo se desarrolló a lo largo de siete sesiones de aproximadamente una hora de duración, sin contar la sesión final para la devolución de los resultados. Instrumentos de evaluación
Resultados de las pruebas psicométricas
Tabla 1 Puntuaciones de Asier en los diferentes índices del WAIS-III y en la escala total, los centiles correspondientes y el intervalo de puntuaciones con un 90% de confianza Nota. CI-V = Cociente Intelectual Verbal; CI-M = Cociente Intelectual Manipulativo; CI-T = Cociente Intelectual Total; CV = Comprensión Verbal; OP = Organización Perceptual; MT = Memoria de Trabajo; CP = Velocidad de Procesamiento Si atendemos a las puntuaciones de estos, se aprecia fácilmente que no hay una falta de capacidad de razonamiento verbal (centil 96) o de memoria de trabajo (centil 91), sino que sus dificultades se dan exclusivamente en la rapidez y eficacia con la que se procesa la información (centil 0,3) y en organización perceptiva, capacidad para manipular y trabajar con materiales y estímulos visuales (centil 25). Asier se resiste a trabajar con rapidez por miedo a cometer errores, lo que sumado a la necesidad de realizar rituales motores y mentales mientras ejecuta las tareas, le lleva a enfrentarse a ellas de forma lenta y excesivamente perfeccionista. De hecho, comete cero errores en las tareas en las que tiene peor ejecución (búsqueda de símbolos y clave de números). Son estas limitaciones, y no la falta de capacidad, las que han influido en el deterioro significativo de sus puntuaciones y repercutido en el CI total.
Formulación del caso Del análisis de las entrevistas y de los resultados extraídos de las pruebas e informes complementarios, y desde el marco teórico cognitivo-conductual, se pueden extraer varias conclusiones que permiten explicar el caso de Asier.
En definitiva, la evolución psico-biográfica de Asier indica que desde la primera infancia mostraba una marcada falta de interés por las interacciones sociales, intereses muy limitados y patrones rígidos de comportamientos y adherencia a rutinas. Estos signos fueron inicialmente atribuidos por su entorno a las dificultades asociadas a la hipoacusia que padece, sin considerar la posibilidad de un trastorno del desarrollo. La sintomatología relativa al TOC comenzó a manifestarse tras el acoso escolar y el cambio de colegio, evolucionando de forma progresiva y comórbida con el TEA. Los síntomas de ambos trastornos se han ido entremezclando a lo largo del tiempo, dificultando la identificación y provocando que los tratamientos farmacológicos y psicoterapéuticos se hayan centrado exclusivamente en las conductas ritualizadas características del TOC. La falta de un diagnóstico adecuado provocó que tanto Asier como su entorno desarrollaran estrategias compensatorias que han contribuido de manera decisiva al mantenimiento y la cronificación de los síntomas. Estas incluyen desde las estrategias cognitivas del propio Asier (como la elaboración de guiones mentales para socializar), hasta la acomodación familiar a sus rituales e intereses restringidos (colocar los objetos de una manera específica para él, planificar el ocio según sus intereses, etc.). Objetivos y curso de la intervención Objetivos de intervención El objetivo general es mejorar el funcionamiento global de Asier, proporcionándole estrategias efectivas para gestionar las demandas del entorno, reducir la frecuencia de los rituales obsesivo-compulsivos y fomentar su adaptación social, emocional y autonomía, considerando sus particularidades asociadas al TEA. Los objetivos específicos de la intervención son los siguientes:
Selección de la intervención El tratamiento elegido para Asier es de tipo cognitivo-conductual, dada la evidencia científica que avala su eficacia para el tratamiento de personas con comorbilidad TEA-TOC (Kose et al., 2018; Öst et al., 2016; Paula-Pérez, 2013; Van Steensel et al., 2011). De todos modos, la intervención cognitivo-conductual se diseña con adaptaciones para las características específicas de Asier y atendiendo a sus requerimientos y prioridades de la primera consulta. En la fase inicial, se acuerda implementar una modalidad terapéutica presencial con periodicidad semanal, incluyendo la psicoeducación y entrenamiento en técnicas específicas a su madre. Este enfoque se plantea en combinación con el tratamiento farmacológico que prescriba su psiquiatra tras ser informado del nuevo diagnóstico. Aplicación de la intervención Tras la confirmación diagnóstica por parte del neuropsicólogo, este profesional realizó una sesión de devolución con la familia para explicarles el informe y las implicaciones del diagnóstico de TEA. Sin embargo, los padres mostraron una notable reticencia a aceptar esta nueva información, prefiriendo abordar sus dudas y malestar con la terapeuta principal (APP-U), debido a la alianza terapéutica ya establecida. Por este motivo, la intervención se inició con una fase de psicoeducación a la madre de Asier, quien se encargaría de transmitir la información al resto de la familia. El objetivo era que tuviera un entendimiento más profundo de la comorbilidad TEA-TOC, reformulando conductas que hasta entonces se habían malinterpretado, por ejemplo, su tendencia a aislarse se explicó como una manifestación de sus intereses absorbentes, y se diferenció entre los rituales egosintónicos del TEA (que le aportan orden) y las compulsiones egodistónicas del TOC (que buscan reducir el malestar). Paralelamente, se realizaron otras actuaciones clave: se recomendó una futura valoración específica para altas capacidades intelectuales, se envió un informe al psiquiatra solicitando la revisión de la medicación y otro informe al coordinador de NEAE de su centro académico solicitando el cumplimiento de las adaptaciones curriculares en todas las asignaturas Estas actuaciones iniciales resultaron eficaces, generando un clima familiar de mayor comprensión y apoyo en casa, y una mejoría en el estado de ánimo de Asier, especialmente al garantizarle el formato oral de los exámenes (los rituales de lectura y de comprobación le impedían demostrar sus conocimientos en el tiempo establecido para el tipo test). A pesar del comienzo positivo, la intervención con Asier no llegó a consolidarse. El proceso, que también comenzó con una sesión de psicoeducación sobre su propio perfil diagnóstico, siguió un patrón de interrupciones recurrentes. Tras 2-3 sesiones de tratamiento al inicio de cada cuatrimestre, la madre de Asier comunicaba que habían consensuado interrumpir el tratamiento hasta la finalización del periodo de exámenes. La razón principal era que necesitaba dedicar el tiempo de desplazamiento y de la consulta al estudio, y anticipaba que la intervención le demandaría cambios en sus hábitos y/o rutinas que no deseaba implementar en periodos clave del curso. Su visión instrumental del proceso de tratamiento se hizo evidente en una de sus reincorporaciones, que fue exclusivamente para solicitar una actualización de un informe que necesitaba para renovar la discapacidad por TOC en el Centro Base. Esta interrupción recurrente, tanto de la psicoterapia como del tratamiento farmacológico, impidió la consecución de avances significativos en la mejora de los síntomas como presumiblemente había ocurrido con otros profesionales. En total, se realizaron siete sesiones de intervención con él (incluyendo la de devolución de resultados, la de psicoeducación y las de tratamiento intermitente). El proceso nunca superó esta fase inicial, por lo que no fue posible realizar una evaluación post-intervención para medir posibles cambios. La presentación comórbida TEA y TOC representa un escenario clínico de gran complejidad, donde la superposición de síntomas como la rigidez cognitiva, la inflexibilidad o las conductas repetitivas no solo conduce a un diagnóstico impreciso, sino también a un abordaje terapéutico ineficaz (Parenteau et al., 2021; Paula-Pérez, 2013). El caso de Asier constituye un ejemplo práctico de las consecuencias de esta complejidad diagnóstica. A sus 21 años, ya acumulaba numerosas intervenciones dirigidas exclusivamente a su sintomatología de TOC, un enfoque sistemáticamente insatisfactorio a nivel personal, social y académico al ignorar el TEA subyacente. Esta falta de éxito de las intervenciones previas en centros privados y una asociación especializada en TOC podría explicarse por un enfoque que malinterpretó la naturaleza de los síntomas al ignorar el TEA. En dichos contextos, el objetivo se centró en eliminar los rituales mediante técnicas estándar como la exposición con prevención de respuesta (EPR). Este abordaje a menudo resulta ineficaz porque busca extinguir la ansiedad del TOC sin considerar que muchos rituales son un mecanismo de auto-regulación en el TEA, cuya función es egosintónica y está orientada a obtener placer o predictibilidad, a diferencia de la compulsión egodistónica del TOC que busca reducir el malestar. La intervención recomendada en estos casos de comorbilidad suele ser multimodal, integrando estrategias adaptadas que respeten la función reguladora de los rituales propios del TEA, evitando la extinción indiscriminada de todas las conductas repetitivas, y combinando EPR con un entrenamiento en habilidades sociales y el uso funcional de los intereses restringidos, entre otros objetivos (Paula-Pérez, 2013). A este error en el enfoque terapéutico se sumaron otros factores que contribuyeron a enmascarar el diagnóstico durante años. Por un lado, la alta capacidad intelectual de Asier y sus intereses por la lectura o los documentales fueron interpretados por su entorno como signos de un niño inteligente que prefería la soledad, y no como intereses restringidos característicos del autismo. De hecho, el perfil de fortalezas y debilidades que se observó en la evaluación cognitiva fue tan relevante que una de las recomendaciones clínicas que se le dieron a la familia fue la de realizar en el futuro una valoración específica para altas capacidades intelectuales. Esta capacidad compensatoria a nivel intelectual y el “camuflaje” de las dificultades sociales son factores comunes en los casos de diagnóstico tardío en la edad adulta (Russell et a., 2024). Por otro lado, sus dificultades de socialización desde niño fueron principalmente atribuidas a la hipoacusia, considerándose una reacción normal a las barreras de comunicación. Esta combinación de factores, junto con la acomodación familiar respecto a los rituales, enmascaró la existencia de la sintomatología durante años, cronificándola hasta limitar significativamente su capacidad para llevar a cabo actividades de la vida diaria de manera autónoma. De la misma forma, los diferentes tratamientos farmacológicos tampoco consideraron el TEA subyacente. Aunque la literatura recoge que las comorbilidades psiquiátricas pueden generar resistencia a los tratamientos farmacológicos (Ferrara et al., 2025), la falta de respuesta positiva a la medicación no fue una señal de alerta para los distintos psiquiatras sobre un diagnóstico incompleto, sino otro factor que prologó el malestar de Asier, el proceso de cronificación y generó más sensación de frustración en la familia. Aunque no se ha logrado implementar una intervención integral para ayudar a Asier, el proceso diagnóstico en sí mismo supuso un avance clínico significativo. La intervención inicial, centrada en la psicoeducación, logró que la familia comprendiera la comorbilidad y las manifestaciones de ambos trastornos. Esto cambió la dinámica familiar, pasando de responsabilizar a Asier por su incapacidad para controlar los rituales a entender la función autorreguladora que cumplían muchos de ellos. Esto facilitó la creación de un entorno más comprensivo y ajustó las expectativas de cambio a sus necesidades y capacidades reales, enfoque que prioriza la psicoeducación y adaptación del entorno sobre la simple extinción de síntomas (Paula-Pérez, 2013). Sin embargo, a pesar de estos beneficios iniciales, el estado crónico y la compleja interacción de síntomas demostraron ser barreras insalvables para una terapia continuada, resultando en un pronóstico clínico desfavorable. La resistencia por parte de Asier era doble. Por un lado, un rechazo explícito a repetir experiencias terapéuticas previas centradas exclusivamente en la extinción de rituales. Por otro, la gestión inflexible del tiempo, ya que consideraba que las 8 horas diarias dedicadas a rituales sumadas a las horas de clase, reducían tanto su jornada de estudio que no podía comprometerse con la terapia hasta los periodos vacacionales. Finalmente, es necesario señalar las limitaciones de este estudio inherentes a un caso clínico. A nivel metodológico, la valoración neuropsicológica externa no incluyó de la Escala de Observación para el Diagnóstico del Autismo, segunda edición (ADOS-2; Lord et al., 2015), instrumento de referencia para este ámbito. De la misma forma, la valoración cognitiva se realizó con una versión de la escala WAIS que, aunque fue útil para identificar el perfil del paciente y recomendar una valoración externa, está desactualizada. A pesar de estas ausencias, el diagnóstico no se apoyó en una única medida, sino en la convergencia de datos de múltiples fuentes y una extensa evaluación psicométrica y neuropsicológica. En general, el caso de Asier ilustra las graves consecuencias de un diagnóstico tardío y la complejidad de la comorbilidad TEA-TOC, señalando la necesidad de mayor sensibilización profesional en este ámbito. Además, refuerza la “conceptualización del caso” como una competencia clínica clave, ya que permite evaluar la práctica clínica y ayuda a adaptar y a optimizar las herramientas disponibles para perfeccionar las intervenciones (Gilboa-Schechtman, 2024). La evidencia científica debe ser la base fundamental para la formación de los profesionales de la salud, pero es importante destacar que teoría, investigación y práctica clínica se complementan mutuamente favoreciendo el progreso de nuestra disciplina. Para citar este artículo: Pacheco-Unguetti, A.P. y Muñoz, M. A. (2025). Comorbilidad entre el Trastorno del Espectro Autista y el Trastorno Obsesivo-Compulsivo en Adultos: Análisis de un Caso Clínico con Diagnóstico Tardío. Clínica Contemporánea, 16(3), Artículo e22. https://doi.org/10.5093/cc2025a20 Referencias |
Correspondencia
Para citar este artículo: Pacheco-Unguetti, A. P. y Muñoz, M. Á. (2025). Comorbilidad entre el Trastorno del Espectro Autista y el Trastorno Obsesivo-Compulsivo en Adultos: Análisis de un Caso Clínico con Diagnóstico Tardío. Clínica Contemporánea, 16(3), Artículo e22. https://doi.org/10.5093/cc2025a20
La correspondencia de este artículo debe ser enviada a Antonia Pilar Pacheco-Unguetti al email: tpacheco@ugr.es