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Efigenio Amezúa, In Memoriam
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Berliner Institut für Psychotherapie und Psychoanalyse, Alemania
Páginas Artículo e25
DOI https://doi.org/10.5093/cc2024a21
Contenido
El pasado julio murió en Madrid Efigenio Amezúa. Es mucho lo que nos deja: Una teoría sexual tejida con hilos de hondura epistemológica, obra escrita de enorme valor histórico y gnoseológico, la invitación incansable a una actitud de cultivo, curiosidad y asombro ante lo que él denominaba el hecho sexual humano. Y generaciones de sexólogos formados en su Instituto de Ciencias Sexológicas de Madrid, entre los que tengo la fortuna de contarme. De la pedagogía socrática que allí disfrutamos - y sufrimos - dio buena cuenta Agurtzane Ormaza en un reciente trabajo. En el Incisex se transmitía una forma de hacer educación y clínica sexual que busca, respeta y cultiva lo que en el modelo teórico se llaman modos, matices y peculiaridades de cada individuo. Palabras llanas para conceptos potentes. De manera ilustrada y francófila, quasi jovellanesca, puso Efigenio su empeño intelectual en la memoria histórica de la sexología europea y por ende de la española. Empecinadamente buscó, recopiló y acumuló la literatura española de temas sexuales del último siglo. No había librero de viejo que no le conociera y su asombrosa biblioteca personal da cuenta de la perseverancia que puso en la tarea. El análisis pormenorizado de esos textos se recoge en la obra Cien años de temática sexual en España. Una joya. Sentía Amezúa fascinación por la Segunda República y sus protagonistas. Volvía una y otra vez a la labor de la Junta para Ampliación de Estudios bajo la dirección de Ramón y Cajal. Le gustaba tomar café en la Residencia de Estudiantes y contar las muchas anécdotas que de allí sabía. Recuperó para nuestra historia sexológica a autores que la dictadura y la desidia intelectual hubieran borrado si él no hubiera tendido un puente entre ellos y nosotros sirviéndonos en bandeja Los hijos de don Santiago. Un paseo por el casco antiguo de nuestra Sexología. Un estudio bio-bibliográfico, porque Efigenio sólo concebía que se pudiera entender la obra de alguien inserta en su historia de vida. Otra joya. Era Efigenio mordaz y maestro en el irritante arte de nadar y guardar la ropa. Guasón y cínico, reservaba mesa en restaurantes a nombre de Adolfo Suárez o Felipe González. Cabezón en sus dos mejores acepciones: era un empecinado y un erudito. La última vez que Mónica de Celis y yo lo vimos, pocos meses antes de su muerte, nos contó que estaba releyendo a Merleau-Ponty y Simone de Beauvoir. Quería Teresa de Ávila “vivir la vida de tal suerte que viva quede en la muerte”. Efigenio Amezúa nos dejó mucho. Descanse en paz. |
Correspondencia
Para citar este artículo: Díaz, Á. L. (2024). Efigenio Amezúa, In Memoriam. Clínica Contemporánea, 15(3), Artículo e25. https://doi.org/10.5093/cc2024a21